La citita literaria (XI) – Mercaderes del espacio: Frederick Pohl y C. M. Kornbluth, 1953

david_pelham_the_space_merchants1974Penguined.

«Los conservacionistas eran victimas propiciatorias, esos fanáticos de mirada fiera que pretendían que la civilización moderna estaba en cierta medida expoliando nuestro planeta. Eran una gente absurda. La ciencia siempre va un paso por delante de la falta de recursos naturales. Después de todo, cuando la carne autentica comenzó a escasear nosotros ya teníamos las sojaburguesas preparadas. Cuando comenzó a faltar el petróleo, la técnica descubrió el Cadillac a pedales.

Yo había considerado una vez las ideas de los conservacionistas y todos los argumentos se reducían a una sola cosa: la forma correcta de vivir es la de la Naturaleza. Eso es una tontería. Si la naturaleza pretendiera que comiéramos vegetales frescos, no nos habría dado la niacina o el ácido ascórbico.»

La citita literaria (X) – Fahrenheit 451: Ray Bradbury, 1953

«-Ahora, consideremos las minorías en nuestra civilización. Cuanto mayor es la población, más minorías hay. No hay que meterse con los aficionados a los perros, a los gatos, con los médicos, abogados, comerciantes, cocineros, mormones, bautistas, unitarios, chinos de segunda generación, suecos, italianos, alemanes, tejanos, irlandeses, gente de Oregón o de México. En este libro, en esta obra, en este serial de televisión la gente no quiere representar a ningún pintor, cartógrafo o mecánico que exista en la realidad. Cuanto mayor es el mercado, Montag, menos hay que hacer frente a la controversia, recuerda esto. Todas las minorías menores con sus ombligos que hay que mantener limpios. Los autores, llenos de malignos pensamientos, aporrean máquinas de escribir. Eso hicieron. Las revistas se convirtieron en una masa insulsa y amorfa. Los libros, según dijeron los críticos esnobs, eran como agua sucia. No es extraño que los libros dejaran de  venderse, decían los críticos. Pero el público, que sabía lo que quería, permitió la supervivencia de los libros de historietas. Y de las revistas eróticas tridimensionales, claro está. Ahí tienes, Montag. No era una imposición del Gobierno. No hubo ningún dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías produjo el fenómeno, a Dios gracias. En la actualidad, gracias a todo ello, uno puede ser feliz continuamente, se le permite leer historietas ilustradas o periódicos profesionales.

(…) Has de comprender que nuestra civilización es tan vasta que no podemos permitir que nuestras minorías se alteren o exciten. Pregúntate a ti mismo: ¿Qué queremos en esta nación, por encima de todo? La gente quiere ser feliz, ¿no es así? ¿No lo has estado oyendo toda tu vida? «Quiero ser feliz», dice la gente. Bueno, ¿no lo son? ¿No les mantenemos en acción, no les proporcionamos diversiones? Eso es para lo único que vivimos, ¿no? ¿Para el placer y las emociones? Y tendrás que admitir que nuestra civilización se lo facilita en abundancia.

-Sí.

-A la gente de color no le gusta El pequeño Sambo. A quemarlo. La gente blanca se siente incómoda con La cabaña del tío Tom. A quemarlo. Escribe un libro sobre el tabaco y el cáncer de pulmón ¿Los fabricantes de cigarrillos se lamentan? A quemar el libro. Serenidad, Montag. Líbrate de tus tensiones internas. Mejor aún, lánzalas al incinerador, ¿Los funerales son tristes y paganos? Eliminémoslos también, Cinco minutos después de la muerte de una persona en camino hacia la Gran Chimenea, los incineradores son abastecidos por helicópteros en todo el país. Diez minutos después de la muerte, un hombre es una nube de polvo negro. No sutilicemos con recuerdos acerca de los individuos. Olvidémoslos. Quemémoslo todo, absolutamente todo. El fuego es brillante y limpio.»

The X Files: I Want to Believe

Chris Carter constata que pese a ser el jefe, no era el más listo. Y es que éste epílogo de uno de los iconos culturales de la década de los noventa hace aguas por todas partes. En primer lugar y más obvio, en su manufactura, presentando un thriller plagado de tópicos y lugares comunes, hecho como a desgana, con agujeros de guión y conversaciones estúpidas. Elementos variados que convergen para producir un profundo tedio en el espectador que puede llegar a darse cuenta de que todo sucede con total arbitrariedad mientras los personajes se empeñan en decir que todo tiene sentido. En segundo lugar, más doloroso, en su actitud al recrear un producto de hace casi dos décadas obviando que ha pasado ese tiempo, con una concepción del fantástico trasnochada e impropia, donde los famosos protagonistas, de aspecto crepuscular, se comportan sin embargo como si no hubiesen aprendido nada en los últimos veinte años. En definitiva, una película con síndrome de Baby Jane: vacía y pretenciosa, que se toma demasiado en serio a si misma, repleta de nostalgia mal entendida y que nos enseña, aun a su pesar, que los años no pasan en balde, o al menos, no deberían.

Publicado originalmente en microcritic.wordpress.com el 14/11/2010

Oportunidad

Comienzo a liarme un cigarrillo. Estoy solo en el salón de mi casa. Oigo abrirse la puerta del cuarto de mi compañero de piso. Es un salón vacío, de gotelé y sin cortinas. La luz apagada, me gusta así. Mi compañero entra en el salón y se sienta junto a mí sin mirarme, la vista fija en la pared, perdida. No enciende la tele ni nada. Siempre suele encender la televisión cuando se sienta en el sofá, esté yo o no. La mira todo el día y se tumba y se duerme y no la apaga y me molesta. Pero esta vez se queda ahí, en silencio, mientras enciendo mi cigarro y lo fumo pensando en nada.
– Está muerta. -dice al fin.
– ¿Cómo?
– Creo que la he matado. Sí. Sí. Está muerta.
– ¿Quién?
– Un chica, guapa. Sonrió y me saludó en un bar… ¿Me das un cigarro?
– Tengo de liar.
– Vaya. -silencio- Estoy muy tenso.
-Sí. -Miro la pantalla del televisor, apagada. Y después miro la noche, a través de la ventana sin cortinas de detrás del televisor. Noche cerrada y sin luna, debe de hacer mucho frío. Suerte que yo no salgo mucho.- ¿La has matado tú?
– No lo sé.
– ¿No?
– Ha sido un accidente muy rápido. Ahora está muerta, ella.
– Entonces, tendremos que hacer algo -Digo, e intento recordar si quedan toallas limpias, no sé muy bien por qué. Lo que si hay es un martillo sobre la mesa del salón.
– Vaya.
– Hay que tener cuidado.
– Creo que voy a llorar, creo que la he matado yo.
– Algo haremos. -Susurro. Y nos quedamos en silencio.

Publicado originalmente en la revista Periplo vol. VIII, Abril 2011.