Chris Carter constata que pese a ser el jefe, no era el más listo. Y es que éste epílogo de uno de los iconos culturales de la década de los noventa hace aguas por todas partes. En primer lugar y más obvio, en su manufactura, presentando un thriller plagado de tópicos y lugares comunes, hecho como a desgana, con agujeros de guión y conversaciones estúpidas. Elementos variados que convergen para producir un profundo tedio en el espectador que puede llegar a darse cuenta de que todo sucede con total arbitrariedad mientras los personajes se empeñan en decir que todo tiene sentido. En segundo lugar, más doloroso, en su actitud al recrear un producto de hace casi dos décadas obviando que ha pasado ese tiempo, con una concepción del fantástico trasnochada e impropia, donde los famosos protagonistas, de aspecto crepuscular, se comportan sin embargo como si no hubiesen aprendido nada en los últimos veinte años. En definitiva, una película con síndrome de Baby Jane: vacía y pretenciosa, que se toma demasiado en serio a si misma, repleta de nostalgia mal entendida y que nos enseña, aun a su pesar, que los años no pasan en balde, o al menos, no deberían.
Publicado originalmente en microcritic.wordpress.com el 14/11/2010