A Scanner Darkly

Partiendo de la base de que Philip K. Dick es uno de los pilares para entender los modos de pensamiento y obsesiones que definen el siglo XX, Una mirada a la oscuridad resulta una obra de madurez que descubre también a un gran narrador. Y es que muchas de las cualidades como escritor que asomaban en las obras de su primera etapa confluyen aquí para relatar una historia con los típicos leitmotivs dickianos -drogas, paranoia, conspiración…-  pero mucho más estilizada, más directa y más cruda de lo habitual. Salpicada de ideas geniales y desestructurando en ocasiones el canon narrativo, la novela funciona como una serie de fragmentos, de retazos de un todo. Fragmentos que llevan a otros fragmentos, que dejan cabos sueltos, que desvarían, que se solapan. Un todo que es “El Todo” del autor, el sentido que debería unir todos esos fragmentos, el sentido que debería tener su vida, y la nuestra. Aún siendo una obra abiertamente autobiográfica, con un gran lirismo y melancolía -acrecentada por el epílogo que la cierra-, resulta curioso que sea también una de las que contiene mayor dosis de humor absurdo por página de toda su bibliografía. Y es que la habilidad de Dick por distorsionar la realidad siempre ha sido legendaria

Publicado originalmente en microcritic.wordpress.com el 01/02/2010

La citita literaria (V) – Philip K. Dick: Una mirada a la oscuridad, 1977

«—No hay nadie en casa, supongo —dijo en voz alta, siguiendo su costumbre, y supo que los escáners lo habían captado. Pero tenía que andar siempre con cuidado; en teoría él no sabía que estaban allí. Como un actor delante de la cámara, decidió, actúas como si la cámara no existiera o la cagas. Todo termina.
Y en esa mierda no tienes posibilidad de hacer segundas tomas.
En cambio, tienes la posibilidad de hacer la destrucción. Quiero decir, lo que yo tengo. No la gente que hay detrás de los escáners, sino yo.
Lo que debería hacer, pensó, para acabar con todo esto, es vender la casa; huir. Pero… le tengo cariño a esta casa. ¡No hay salida!
Es mi casa.
Nadie puede echarme.
Cualquiera que sea la razón por la que querrían o quieren hacerlo.
Suponiendo que haya alguien dispuesto a buscar motivos.
Tal vez solo sean imaginaciones mías, los «ellos» que me vigilan. Paranoia. O mas bien el «ello». Algo carente de personalidad.
Sea lo que sea lo que me vigila. No es algo humano.
Al menos según mis estándares. No es algo que yo llamaría humano.
Por estúpido que sea todo esto, pensó, es aterrador. Un ser muy simple me está haciendo algo, aquí, en mi propia casa, delante de mis ojos.
Ante los ojos de algo, a la vista de alguna cosa. Que, a diferencia de la pequeña Donna de ojos oscuros, nunca parpadea. ¿Qué es lo que ve un escáner?, se preguntó. Quiero decir, ¿ve de verdad? ¿Con la cabeza? ¿Con el corazón? ¿Ve un pasivo escáner de infrarrojos como los que usaban antes, o un holoescáner de tipo cubo como lo que usan ahora, lo que hay dentro de mí -dentro de nosotros-? Y si es así, ¿qué es lo que ve esa mirada? ¿Claridad u oscuridad? Espero que sí, pensó, que vea claramente, porque en estos días ni yo soy capaz de ver dentro de mi. Sólo veo tinieblas. Tinieblas fuera; tinieblas dentro. Espero, por el bien de todos, que los escáneres lo hagan mejor. Porque, pensó, si el escáner sólo ve oscuridad, como yo, estamos condenados, condenados otra vez, como siempre, y terminaremos igual, sabiendo muy poco y entendiendo mal lo poco que sabemos.»

La citita literaria (I) – Philip K. Dick: La pistola de rayos, 1967

«-Jack -le dijo a Lanferman-, ¿no podrías haberlo ambientado en la antigua Palestina helenística? Ya sabes lo sentimentales que ponen los pursaps en cuanto ven algo perteneciente a ese periodo.

-Lo sé -dijo Lanferman-. Fue cuando obligaron a Sócrates a morir.

-No exactamente -dijo Lars-. Pero la idea general es esa, sí. ¿No podrías haber mostrado a tus androides abatiendo a Sócrates con sus pistolas láser? Habría sido una escena impactante. Naturalmente, habrías tenido que poner subtitulos o doblar los dialogos al íngles. Para que los pursaps pudieran oír las súplicas de Sócrates.

-Sócrates no suplicó; era estoico -Murmuró Pete, absorto en la cinta de vídeo.

-De acuerdo -Dijo Lars-. Pero al menos podía poner cara de preocupación.»